Si de entrada este artículo comenzara anunciando una opción para obtener entre un 20% y un 30% de ahorro en la cesta de la compra, más que probablemente ya acapararíamos la atención del lector, no en vano, la cesta de la compra, junto a los gastos inmobiliarios, bancarios y recibos comunes, son los elementos sobre los que el usuario medio más trata de aplicar políticas de ahorro.
Si continuáramos el articulo añadiendo dos condiciones para la obtención de ese ahorro (que previamente el usuario sólo adquiera marcas convencionales, y, que esté dispuesto a la adquisición de marcas blancas) probablemente ya vayamos a encontrar un buen número de lectores que hacen uso de las marcas blancas al menos parcialmente, y, también, un cierto porcentaje de usuario reticente a la marca blanca.
Si de ahorro se habla no hay debate
No le demos muchas vueltas, si estamos hablando de ahorro, lo miremos como lo miremos, la marca blanca resulta victoriosa en una comparativa sobre producto convencional de utilidad similar. En el origen de esta diferencia entre en juego muchos elementos, tal vez demasiados como para ser analizados en este artículo, pero, curiosamente, la calidad, ese temor a la ausencia de calidad de muchos usuarios, no es el principal de ellos, ya que elementos como las propias presentaciones, las distribuciones, y el cumplimiento básico de las funciones que se le atribuye al producto, son realmente los que vienen a marcar el factor diferencial de precio.
Es decir, resultará menos atractivo a la vista desde la presentación, incluso puede que resulte menos visual desde su colocación en distribución, se ajustará exclusivamente a la función por la que se nos ofrece, no nos presentará opciones alternativas, pero cumplirá su papel a menor precio que las otras opciones.
Las que sí, las que no, las que tal vez
Lo cierto es que al final, en el asunto de las marcas blancas, viene a ocurrir lo que en muchos órdenes de la vida estamos viendo en los últimos años; un cierto miedo atávico a lo que según un criterio totalmente erróneo, puede ser un paso atrás en el global del poder adquisitivo de la economía doméstica; pero desde luego nada más lejos de la realidad; todo lo que no incida negativamente y a la vez redunde en ahorro, será una buena noticia para la economía familiar.
Eso sí, lo que resulta verdaderamente interesante es adaptarse a las marcas blancas desde la perspectiva del consumo, y no al revés, es decir, perfectamente puede haber productos para el usuario que resulten irrenunciables desde la perspectiva de marca convencional, simplemente se trata en estos casos de realizar comparativas; es verdaderamente simple; atreverse a comprobar si alguna de las propuestas de marca blanca cubre a nuestra satisfacción la necesidad sobre este producto a priori irrenunciable.